lunes, 21 de abril de 2014

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LA  ENTRAÑABLE  HISTORIA  DE  LOS  PATITOS  DE  LA  CALLE  LECHUGA



Es esta una historia sencilla y hermosa, sobre el comportamiento animal, eso que se denomina “etología”. Por los acontecimientos que seguidamente narraré vuelvo a plantearme si los animales en general y las aves en particular, sólo tienen eso que llamamos “instinto” o la cosa vas más allá, tal vez “sentimientos”, tal vez “inteligencia”...

Todo empezó en la C/ Lechuga, de Talavera. Celestino, de APATA (Asociación Protectora de Animales de Talavera de la Reina) me cita en una obra abandonada  para recuperar a unos pollos de ánade real o azulón que se hallan atrapados entre las paredes de cemento, con dudoso porvenir. Dos amables operarios de la constructora Justo Vázquez nos abren la puerta del recinto y pasamos dentro para la supuesta “operación rescate”. Esto no es una cosa nueva para nosotros, todos los años conocemos casos similares de patos silvestres que crían a su prole en edificios en construcción o abandonados, acotados al paso, donde seguramente se sienten más seguros ante la falta de depredadores naturales e importándolos muy poco la mirada de los curiosos viandantes.

Los dos operarios nos cuentan que ellos mismo descubrieron el nido con catorce huevos y que incluso llegaron a tocar y coger a la pata que los incubaba para contarlos, sin que emprendiera el vuelo (teniendo perfecta capacidad para ello), esto parecía increíble, no llegaba a creérmelo, pero ellos nos lo aseguraron, y después de lo vivido, no lo dudo en absoluto.

Ocurrió que salieron lo pollitos del cascarón, doce en total, con tan mala fortuna que un gato dio buena cuenta de ellos hasta dejar tan sólo a dos. Pienso en la desesperación de la pata para defender a su prole ante el felino, que encontró sin duda una fácil fuente alimenticia. La cuestión es que la pata y sus dos patitos supervivientes decidieron tirarse a un foso continuo, los cimientos del edificio rodeados de paredes de cemento a medio terminar. Allí estaban cuando llegamos, presos, pero paseando  patosamente entre ladrillos, ferrallas y piedras.

Y no nos quedó más remedio que tomar una decisión a Celes y a mí. ¿Que hacer? Los patitos eran muy pequeños (cuatro días de edad) por lo que se descartaba cogerlos para llevarlos al Tajo. Se empezó a gestar el dejarlos allí a ver si tiraban adelante esperando que no los descubrieran los gatos (cosa improbable). La única solución posible era trasladar a los tres hasta el río, pero la madre volaría ¿o nó?

Celes propuso ver el comportamiento de la madre y bajó por una escalera rudimentaria hasta contactar con la familia patuna. Efectivamente, la hembra adulta casi se dejaba tocar, no volaba, no se separaba de sus pequeños. Ante el panorama la opción de trasladarlos al río tomó fuerza y decidimos bajar los dos con una red sacadora de pesca y un transportín para perros. En el primer intento la pata echó un vuelo alto pero corto, volviendo de inmediato junto a los pollitos, a la segunda intentona, se dejó coger. La metimos en el transportín un poco revolucionada y los pollitos fueron a parar, cada uno, a un bolsillo de mi cazadora.      

Se apuntó a la aventura mi hijo Alejandro y una vez los tres en la orilla del río, cerca del puente romano, la estrategia a seguir era que la pata no saliera volando asustada y se desentendiera de sus hijos, por eso decidimos ponerlos junto a la puerta enrejada para que los viera y sintiera, pero los patitos una vez que se vieron libres corrieron como demonios hasta un espadañal cercano, imposibles de recuperar. La cosa empezaba mal.

Algo decepcionados, sólo quedaba la esperanza de que la pata, una vez libre, los encontrara tal vez atraída por sus reclamos, pero no. Nos retiramos del transportín y la pata salió tranquila y enfiló hacia el agua, pero justamente en dirección contraria de donde se encontraban sus hijos, empezó a nadar relajada hasta que se perdió a lo lejos entre la vegetación.

Nuestra decepción se transformó en fracaso casi seguro y ya empezamos a especular en que no deberíamos haber intervenido en el proceso natural de una especie, o que tal vez más tarde regresaría al lugar para dar con ellos... el caso era autoconsolarnos. Y de los pollitos, ni rastro, debían estar escondidos e inmóviles entre la tupida vegetación. Y de la madre, ya nos habíamos olvidado.

Pero ocurrió lo increíble, lo inexplicable. Cuando ya nos íbamos, en nuestra última mirada al espadañal vimos cómo los dos pequeños hermanitos, como dos bolas de plumón flotantes, decidieron salir a las aguas abiertas, nadando con alegría. Y el corazón se nos encogió cuando, al instante y sin saber por donde, la pata vino volando desde lejos para reunirse con sus dos pequeños en medio del río y nadar todos juntos hasta la otra orilla de la ribera. Nos quedamos congelados y felices, incrédulos de lo que habíamos visto.

¿Cómo pudo descubrirlos desde tan larga distancia? ¡¡Que vínculos tan increíbles seguían uniéndolos!! Fue como si una señal indetectable para nosotros se activara para llamarse mutuamente y reencontrarse.

Es un misterio. Uno de tantos misterios que me siguen fascinando y me hace ver a los animales como seres vivos mucho más cercanos a nosotros de lo que creemos.

Miguel Ángel de la Cruz. 31 de marzo de 2014.





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